miércoles, 4 de abril de 2012

Algún día visitaré Suiza


Erick regresó a México. Tras su larga estancia en Alemania, donde culminó todo tipo de sueños gracias a su beca de maestría en ciencias matemáticas, por fin vuelve a mis brazos. Ya era hora. Extrañaba su voz contándome chistes malos, sus labios explicando los número y las teorías raras que estudia. Nos vimos para desayunar en su departamento de la Avenida 20 de Noviembre en el centro de la Ciudad de México. Hacía más de un año que no pasaba una mañana en el centro desde que trabajé como esclava en las producciones de los festejos del centenario de la Revolución. Se me había olvidado cómo iba despertándose con el rumor de la gente, cómo se llenaba de colores, casi con un efecto dominó cuando los locales comienzan a abrir. Ahora hay un metrobús que te lleva hasta el aeropuerto y mientras lo esperas, al fondo, ondea la bandera en el asta del zócalo. Todo cambia. A esa hora de la mañana no hay tanto tránsito de autos, la ciudad respira. Y desde ese cuarto piso veíamos cómo se movía, tranquila.

- Estoy en México, dijo.

Y sonrió. De una de las maletas que aún siguen llenas de recuerdos extranjeros sacó un par de postales, un llavero y un libro de teatro contemporáneo escrito en alemán. Yo no sé nada de ese idioma.

- Te las ingeniarás. El desayuno está casi listo, dijo.

Erick nunca ha sido un gran cocinero, lo suyo es pensar. Me previne con un par de donas y café que por primera vez en ocho años no fueron necesarios. Huevos fritos junto a una salchicha condimentada y jugo de guayaba, mi favorito. Lo abracé por recordar esa nimiedad. Durante muchos meses se preparó el desayuno en una cocina miniatura en su departamento en Berlín. Aprendió, de una u otra forma, a solucionar problemas culinarios a la par que intentaba solucionar los teoremas de su tesis de maestría.

- Todo se reduce a darnos cuenta que hemos elegido el camino equivocado. Entonces das un paso atrás, observas y tomas otro, aquél que probablemente siga sin resolver el universo pero que, con un poco de suerte, haga darte cuenta de que lo que estás haciendo es verdadero, explicó.

Esa afirmación cabe en una fórmula matemática que él busca incansablemente. Cabe en los motivos para levantarme todos los días, para escribir, hacer teatro, para algún día encontrar el amor. Saber que lo que hacemos es real, vale la pena, al menos para él y para mí. Nos quedamos callados bebiendo café en el balcón mirando el horizonte lleno de cielo y edificios. Después, de un sólo tirón, comenzamos a hablar y no paramos. Me contó la historia de la chica que no le dolió dejar atrás y le hablé de mis planes para irme a encontrar mi lugar. La huída, lo llamó él.

- No, la búsqueda, grité con una carcajada. Como sea es necesario, aquí no está lo que quiero.
- Lo sé, respondió.
- Y no me refiero a dejar México sino que...
- Lo sé, me interrumpió.

Y seguimos con las sonrisas y las palabras. Fue un encuentro rápido pero el tiempo parecía suspendido en ese edificio viejo color rosita. Una alarma sonó. Tenía que alistarse para ir hasta el norte de la ciudad a una entrevista de trabajo. Mientras se cambiada me explicó los motivos por los que no le gusta tener que ponerse un traje todos los días y cumplir con un horario fijo detrás de un escritorio. Cualquiera supondría que un sueldo de casi cuarenta mil pesos, prestaciones y un ambiente de trabajo "súper" no debería rechazarse. Uno, en su sano juicio, se obliga a que le gusten los trajes. La cosa es que Erick no es muy cuerdo, no de ese modo.

- Eso no soy yo, repetía.

Mientras lo veía con su pantalón de vestir y su camisa azul recién planchada, pensaba: 

- Yo tampoco. 

En eso somos iguales. A él le gusta imaginar, inventarse cosas, teorías, métodos, soluciones que seguramente resultarán falsas salidas como las obras de teatro que escribo. Nosotros no tenemos idea de cómo sobrevivir a una rutina así. No nos hemos adaptado.

- Entonces, ¿para qué vas a la entrevista?
- No es una entrevista. Es un almuerzo o algo así con el jefe de la empresa. Voy a decirle que no.
- Me saliste más chulo que bonito, le dije socarronamente.
- Me voy a Suiza, murmuró.
- ¡Suiza!

Salíamos del edificio rumbo al metro mientras me platicaba de su futuro suizo. Yo estaba, literalmente, paralizada. Él tenía que apresurarme para que no se le hiciera tarde. Un doctor en física, que conoció durante su estancia de maestría, lo invitó a trabajar en su proyecto de mecánica cuántica en el Instituto Paul Scherrer en Villigen. Estaba extasiado contándome lo que desarrollaría en ese lugar. Más teorías, más números, más vida. Intentos por encontrar soluciones sobre lo que somos y lo que hacemos. Realidades que otros soñaron, verdades que creímos y que ahora son cuestionables. En menos de dos meses se me iba mi amigo otra vez. Volaría miles de kilómetros para descubrir Suiza, el mundo y todo el universo. Para descifrar, a caso, los motivos de nuestra existencia. Estamos viviendo algo grandioso, en un lugar en donde quizá no nos hubiéramos imaginado siquiera, me decía mientras me tomaba de la mano para cruzar la avenida. Tú escribes, haces teatro y buscas, buscas incansablemente. Hasta parece que no te has cansado aún. Yo quiero buscar también. Respuestas.

- Me espera Suiza y te espero allá, algún día, susurró.

Vio el reloj. Me dio un beso y un abrazo que duró una eternidad. No había entendido la relatividad del tiempo hasta esa mañana. La gente pasaba muy despacio en aquella bifurcación de direcciones entre la línea 1 y la línea 2 del metro. O asimilaba en "lento" que Erick se iría o la gente por la mañana no lleva tanta prisa.

- Mi futuro no estaba en Alemania, tampoco está en una oficina y en un traje con corbata. El amor supongo que tampoco estará en Suiza. Nos queda encontrarnos. Toparnos con el destino.

Y lo vi alejarse, con sus tenis converse, decidido a renunciar andar un camino que no es el suyo y tomar uno que no le garantiza tener las respuestas que desea. Regresaremos a los correos electrónicos, a los chistes malos contados en pocos caracteres, a las video conferencias, a las cartas. Esperaré alguna llamada que me dé noticias suyas porque Erick no cree en las redes sociales ni en los celulares. 

- Tal vez vaya a Villigen, pensaba durante mi viaje de regreso. 

Hacía anotaciones ridículas en mi libreta. Se me habían removido las entrañas, las ideas. Era un cúmulo de emociones que chocaban. Y anotaba y anotaba estupideces intelectuales sentada en el vagón del metro. Trataba, en resumidas cuentas, de no entristecerme. Me pasé dos estaciones de mi destino. Observé, me di cuenta, di un paso atrás y tomé el indicado, el que me lleva a escribir historias en ese lugar en donde inevitablemente me encuentro. Mi destino por ahora está en la calle de Liverpool.

Algún día visitaré Suiza.