lunes, 29 de octubre de 2012

He rapado mi cabeza

Escribiré sobre ti, tal vez, cuando no llore por las noches. Mientras tanto he rapado mi cabeza en tu honor. He subido el corto de mi falda unos cinco centímetros más y he decidido irme. En tu honor. Esta noche. Una maleta y un par de cajas mal acomodadas en la cajuela del auto. Se me rompió la media cuando subí la última. Voy a encontrarte, lo sé. Lo he decidido. Te guardo el resto de mi cabello para brindarlo como ofrenda cuando te mire de frente. Después podemos tirarlo al mar, incendiarlo, donarlo a los enfermos de cáncer.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Entre mis pechos pequeñísimos

Comencé a utilizar la medalla que me regalaste hace tres años cuando salí de la segunda carrera que me despierta todos los días con recelo por no haberla escogido por encima de la ciencia. Eximo mi culpa y escribo y escribo y creo montajes fantasmas que no sé si invadirán algún día la piel de un espectador. Traigo la piel mojada. Me miro en el espejo de cuerpo entero a la salida de mi habitación. No traigo nada, sólo una imagen religiosa que cuelga de una cadena, que puedo sacar de mi cuello sin complicaciones. Tiene tres colores y un rostro misericordioso. Me recuerda a ti. Nunca he sido religiosa. Me cuesta trabajo creer en la divinidad, mucho más en el hombre. En general me cuesta trabajo creer. Tengo pocas certezas y abundan siempre las preguntas. La cargo al cuello porque puedo sentirla sobre la piel, entre mis pechos pequeñísimos. Ésa, es una certeza. La rescaté de un viaje de drenaje cuando jalé la cadena mientras me bañaba un domingo en la casa de mis padres. Me sentí aliviada. Los cabellos se me atoraban en su complicado diseño. Por eso no utilizo nada de esas cosas. Me incomodan. Y siempre, de algún modo, terminan perdidas o rotas. Soy extremadamente descuidada. En muchas cosas no debería serlo para no pagar las solitarias consecuencias. Esos actos enseñan, supongo. Otra certeza: enseñan algo que no he aprendido. Hoy, cinco meses después de que te enterramos, he vuelto a colgarme esto al cuello. Antes perdí una de las arracadas que nunca me quitaba porque te gustaba verme con aretes. Me daban luz, decías. Te creí. Sentía que brillaba un poco. Un día ya no la tuve pegada a la oreja. No sé cuando. Lloré por ti. Es la primera vez en tantos días que te escribo. Perdona, antes no pude. Te extraño.

domingo, 5 de agosto de 2012

Pienso


No encuentro. Me pongo mal. Doy vueltas por todo el departamento como un gato que no encuentra acomodo para dormirse. Me embarro por aquí y por allá con un libro diferente cada diez minutos. Maldigo. Luego lloro y me río como una bruja. Termino con una sonrisa.

Durante la mañana me siguieron mariposas blancas. Miré el colguije entre mis pechos. Ya dije que creo en pocas cosas y en casi nadie. Creía en ti. Mucho.

Hoy Chavela Vargas ha muerto. El "Chino" cumplió un año y te contamos a la mesa en la celebración. Fue una reacción automática. Te he visto, con jorongo, piel de tierra y trenzas, toda la semana. Escuché como veinte veces "Piensa en mí" antes de dormir para olvidar que la cabeza me explotaría y el llanto de mi ojo derecho rompiera el caudal de mi globo ocular.

He peinado mi cabello las últimas dos semanas en tu honor. No me queda el peinado. Mi cabello es muy lacio, muy pesado. Pero lo intento. Espero a que crezca lo suficiente para obligarlo a quedarse en un lugar. No creo que tenga éxito. Siempre termina haciendo lo que quiere. Tiene mucho valor, posiblemente todo el que me falta. Llevo un par de arracadas españolas que me diste y una trenza que se desbarata cada cinco minutos. La tejo, pienso en ti y sonrío.

Creo que raparé mi cabeza pronto.

miércoles, 4 de abril de 2012

Algún día visitaré Suiza


Erick regresó a México. Tras su larga estancia en Alemania, donde culminó todo tipo de sueños gracias a su beca de maestría en ciencias matemáticas, por fin vuelve a mis brazos. Ya era hora. Extrañaba su voz contándome chistes malos, sus labios explicando los número y las teorías raras que estudia. Nos vimos para desayunar en su departamento de la Avenida 20 de Noviembre en el centro de la Ciudad de México. Hacía más de un año que no pasaba una mañana en el centro desde que trabajé como esclava en las producciones de los festejos del centenario de la Revolución. Se me había olvidado cómo iba despertándose con el rumor de la gente, cómo se llenaba de colores, casi con un efecto dominó cuando los locales comienzan a abrir. Ahora hay un metrobús que te lleva hasta el aeropuerto y mientras lo esperas, al fondo, ondea la bandera en el asta del zócalo. Todo cambia. A esa hora de la mañana no hay tanto tránsito de autos, la ciudad respira. Y desde ese cuarto piso veíamos cómo se movía, tranquila.

- Estoy en México, dijo.

Y sonrió. De una de las maletas que aún siguen llenas de recuerdos extranjeros sacó un par de postales, un llavero y un libro de teatro contemporáneo escrito en alemán. Yo no sé nada de ese idioma.

- Te las ingeniarás. El desayuno está casi listo, dijo.

Erick nunca ha sido un gran cocinero, lo suyo es pensar. Me previne con un par de donas y café que por primera vez en ocho años no fueron necesarios. Huevos fritos junto a una salchicha condimentada y jugo de guayaba, mi favorito. Lo abracé por recordar esa nimiedad. Durante muchos meses se preparó el desayuno en una cocina miniatura en su departamento en Berlín. Aprendió, de una u otra forma, a solucionar problemas culinarios a la par que intentaba solucionar los teoremas de su tesis de maestría.

- Todo se reduce a darnos cuenta que hemos elegido el camino equivocado. Entonces das un paso atrás, observas y tomas otro, aquél que probablemente siga sin resolver el universo pero que, con un poco de suerte, haga darte cuenta de que lo que estás haciendo es verdadero, explicó.

Esa afirmación cabe en una fórmula matemática que él busca incansablemente. Cabe en los motivos para levantarme todos los días, para escribir, hacer teatro, para algún día encontrar el amor. Saber que lo que hacemos es real, vale la pena, al menos para él y para mí. Nos quedamos callados bebiendo café en el balcón mirando el horizonte lleno de cielo y edificios. Después, de un sólo tirón, comenzamos a hablar y no paramos. Me contó la historia de la chica que no le dolió dejar atrás y le hablé de mis planes para irme a encontrar mi lugar. La huída, lo llamó él.

- No, la búsqueda, grité con una carcajada. Como sea es necesario, aquí no está lo que quiero.
- Lo sé, respondió.
- Y no me refiero a dejar México sino que...
- Lo sé, me interrumpió.

Y seguimos con las sonrisas y las palabras. Fue un encuentro rápido pero el tiempo parecía suspendido en ese edificio viejo color rosita. Una alarma sonó. Tenía que alistarse para ir hasta el norte de la ciudad a una entrevista de trabajo. Mientras se cambiada me explicó los motivos por los que no le gusta tener que ponerse un traje todos los días y cumplir con un horario fijo detrás de un escritorio. Cualquiera supondría que un sueldo de casi cuarenta mil pesos, prestaciones y un ambiente de trabajo "súper" no debería rechazarse. Uno, en su sano juicio, se obliga a que le gusten los trajes. La cosa es que Erick no es muy cuerdo, no de ese modo.

- Eso no soy yo, repetía.

Mientras lo veía con su pantalón de vestir y su camisa azul recién planchada, pensaba: 

- Yo tampoco. 

En eso somos iguales. A él le gusta imaginar, inventarse cosas, teorías, métodos, soluciones que seguramente resultarán falsas salidas como las obras de teatro que escribo. Nosotros no tenemos idea de cómo sobrevivir a una rutina así. No nos hemos adaptado.

- Entonces, ¿para qué vas a la entrevista?
- No es una entrevista. Es un almuerzo o algo así con el jefe de la empresa. Voy a decirle que no.
- Me saliste más chulo que bonito, le dije socarronamente.
- Me voy a Suiza, murmuró.
- ¡Suiza!

Salíamos del edificio rumbo al metro mientras me platicaba de su futuro suizo. Yo estaba, literalmente, paralizada. Él tenía que apresurarme para que no se le hiciera tarde. Un doctor en física, que conoció durante su estancia de maestría, lo invitó a trabajar en su proyecto de mecánica cuántica en el Instituto Paul Scherrer en Villigen. Estaba extasiado contándome lo que desarrollaría en ese lugar. Más teorías, más números, más vida. Intentos por encontrar soluciones sobre lo que somos y lo que hacemos. Realidades que otros soñaron, verdades que creímos y que ahora son cuestionables. En menos de dos meses se me iba mi amigo otra vez. Volaría miles de kilómetros para descubrir Suiza, el mundo y todo el universo. Para descifrar, a caso, los motivos de nuestra existencia. Estamos viviendo algo grandioso, en un lugar en donde quizá no nos hubiéramos imaginado siquiera, me decía mientras me tomaba de la mano para cruzar la avenida. Tú escribes, haces teatro y buscas, buscas incansablemente. Hasta parece que no te has cansado aún. Yo quiero buscar también. Respuestas.

- Me espera Suiza y te espero allá, algún día, susurró.

Vio el reloj. Me dio un beso y un abrazo que duró una eternidad. No había entendido la relatividad del tiempo hasta esa mañana. La gente pasaba muy despacio en aquella bifurcación de direcciones entre la línea 1 y la línea 2 del metro. O asimilaba en "lento" que Erick se iría o la gente por la mañana no lleva tanta prisa.

- Mi futuro no estaba en Alemania, tampoco está en una oficina y en un traje con corbata. El amor supongo que tampoco estará en Suiza. Nos queda encontrarnos. Toparnos con el destino.

Y lo vi alejarse, con sus tenis converse, decidido a renunciar andar un camino que no es el suyo y tomar uno que no le garantiza tener las respuestas que desea. Regresaremos a los correos electrónicos, a los chistes malos contados en pocos caracteres, a las video conferencias, a las cartas. Esperaré alguna llamada que me dé noticias suyas porque Erick no cree en las redes sociales ni en los celulares. 

- Tal vez vaya a Villigen, pensaba durante mi viaje de regreso. 

Hacía anotaciones ridículas en mi libreta. Se me habían removido las entrañas, las ideas. Era un cúmulo de emociones que chocaban. Y anotaba y anotaba estupideces intelectuales sentada en el vagón del metro. Trataba, en resumidas cuentas, de no entristecerme. Me pasé dos estaciones de mi destino. Observé, me di cuenta, di un paso atrás y tomé el indicado, el que me lleva a escribir historias en ese lugar en donde inevitablemente me encuentro. Mi destino por ahora está en la calle de Liverpool.

Algún día visitaré Suiza.



viernes, 24 de febrero de 2012

Soy indecente

Hoy ejercí mi derecho a la indecencia. Caminé orgullosamente como esa chica del vestido negro cortísimo a quien no le importa lo que la gente piense de ella o al menos es lo quiere creer. Sí, soy una ciudadana indecente que generó varias sonrisas coquetas y que, definitivamente, desató palabrerías envidiosas por haber suscitado uno que otro suspiro cuando se le levantó el vestido. Mis piernas orgullosas me llevan ahora por la colonia Roma, escribo y hago teatro. Yo soy esa chica que mantiene una gran sonrisa en el rostro por no tener para nada los buenos modales que la gente espera.

jueves, 9 de febrero de 2012

Yo soy esa chica

Esta noche he vuelto a leerte. Y no pude, simplemente, dejar de pensar que en algún otro lugar, al mismo tiempo que escribo esto, tú estás en alguna habitación con una chica igual a mi. Imaginé, de pronto, otro mundo. Una dimensión en donde sus cuerpos se mueven al ritmo de los latidos de un corazón que no es el tuyo ni el de la otra yo. Entonces caí en la cuenta que en otro universo, y no en este, también te conocí y conociste mis besos. En esa otra realidad, me soñé como otra chica. Una a la que, insistentemente, deseas ver, deseas escuchar, deseas tocar. Me soñé esa chica que no dejas atrás.

domingo, 15 de enero de 2012

Días de enero

Ha comenzado el año y me he convertido en alguna chica. Así, sólo en eso, en ser alguna chica de labios gruesos y lindas piernas, un par de piernas que, la verdad, no han conseguido llevarme a todos los sitios que he querido. Era de esperarse, uno no puede controlar muchas cosas. Decidí acostumbrarme sólo a pisar huellas que me marquen caminos e historias. Me gustaría poder tener alguna en dónde pudiera contar que alguien piensa en mí, que alguien me recuerda y sueña conmigo y con mis besos, pero no la tengo. Y entonces siento que me falta algo, que no estoy en el lugar en donde debería estar. Y así, con esa sensación de no pertenecer, de querer salir corriendo y querer quedarme al mismo tiempo, con la tonta ilusión de que alguien me espera, sigo escribiendo. No tengo amigos poetas con quien debatir sobre la existencia y mucho menos sobre mis fisuras, mi caos y mis pasos. No tengo a alguien que pudiera hacer alguna metáfora de mi o de lo que le inspiro. Lo que tengo es un par de amigos que se han convertido en mis juglares de asfalto en esta gran ciudad, siempre tan ruidosa y tan diferente a mí. Los más queridos se aparecieron hoy en mi puerta y me recordaron que lo que me encanta de ellos es que no elaboran frases con citas, ni con versos y que sus analogías y metáforas se ven siempre inspiradas en canciones de rock. Ellos me hablan desde la entraña, desde la vida. Y cantan. Y yo siento que respiro con ellos, que por un momento soy normal, un poco más parecida a ellos, menos solitaria, más querida. Con mis juglares siento que no es verdad que hablo sola por la calle, que no bebo alrededor de diez tazas de café al día, que no escribo tonterías y que, por supuesto, no sueño con encontrar el amor mientras bailo. Ellos son todo menos unos ñoños intelectuales, son lo más diferente a mí, y muchas veces pienso que son los más conocedores del mundo y que tratan, con amor infinito, de hacerme entrar en él. Y mientras canto y bailo y se me desgarra la garganta con su compañía yo me convierto en esa chica. Yo soy esa chica, sí, alguna chica con grandes ojos y con grandes amigos.