Hoy ejercí mi derecho a la indecencia. Caminé orgullosamente como esa chica del vestido negro cortísimo a quien no le importa lo que la gente piense de ella o al menos es lo quiere creer. Sí, soy una ciudadana indecente que generó varias sonrisas coquetas y que, definitivamente, desató palabrerías envidiosas por haber suscitado uno que otro suspiro cuando se le levantó el vestido. Mis piernas orgullosas me llevan ahora por la colonia Roma, escribo y hago teatro. Yo soy esa chica que mantiene una gran sonrisa en el rostro por no tener para nada los buenos modales que la gente espera.
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